13 de marzo de 2006

Historias de siempre*

El muchacho tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia debía clavar uno detrás de la puerta.
El primer día clavó 37 clavos.
A la semana siguiente, a medida que aprendía a controlar su genio, clavaba menos clavos. Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter.
Los días pasaron, y uno cualquiera, el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta. El hombre un tanto mayor, tomó de la mano a su hijo y lo llevó hasta la puerta. Le dijo:
-Has trabajado duro hijo mío pero mira esos hoyos en la puerta, nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices como las aquí ves. Tú puedes insultar alguien y retirar lo dicho y del modo como se lo digas lo devastarás y la cicatriz perdurará.
Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Los amigos son joyas preciosas, además los has elegido tú. Hay que cuidarlos.

*Esta historia se la contó Sophia desde Suiza a su amigo Fernando Más, el periodista Zopilodones. Murió en Madrid, 2003

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