13 de junio de 2006

La abuela de Extremadura

Cuenta la abuela María José

"En mi pueblo se guardaban los lutos de una manera tan rigurosa que resultaba exagerada. En Extremadura era y sigue siendo tradicional hacer unos dulces típicos en Semana Santa, se llaman "bollas", caseras, riquísimas, con harina, huevo, aceite de oliva, azúcar y los rellenos de cabello de ángel, de almendras, de mermeladas caseras de tomate, melocotón, melón.... Las que se rellenan son las empanadillas. Esto en plan dulce. Luego también se hacían para los hombres otras empanadillas gigantes, que se llaman "hornazos", rellenas de chorizo, éstas se las llevaban al campo para almorzar, eran auténticas bombas energéticas. Se hacían en cada casa y participaban todas las mujeres de la familia, en torno a la mesa camilla, eran reuniones entrañables y divertidas, allí se podían oir todos chismes y los disparates posibles. Por la mañana se preparaba la masa, que era un trabajo para forzudas, todo a base de puños hasta que la masa "casaba". Se dejaba reposar en un barreño de barro durante horas y ya por la noche después de la cena era cuando todas nos poníamos a preparar las bollas, teníamos moldes de diferentes formas, de corazón, de estrella, redonda con hueco en medio, los de las empanadillas..., las íbamos colocando en latas, que eran las que luego iban al horno. Las bollas eran cubiertas con adornos tipo clara de huevo batida y azúcar, confites de colores.... Una que nos gustaba hacer en especial era la llamada "pavita", se hacía con formas inventadas, casi siempre de lagarto y encima se ponía un huevo cocido, que se sujetaba al lagarto con dos tiras cruzadas de masa. Quedaba preciosa. Luego el domingo de resurrección y el lunes de pascua, que era cuando se salía al campo a pasar el día (se llama "ir de gira"), la broma era cascarle el huevo en la cabeza al que anduviera más despistado.
El caso es que en las casas donde había un luto, esta tradición no se cumplía, se suponía que era algo lúdico y en una casa de luto todo tenía que ser tristeza. Entonces, para que esas familias no se quedaran sin comer sus bollas, las vecinas les mandaban unas cuantas. Yo me acuerdo de chica haciendo el reparto que me mandaba mi madre, en un plato se ponían diez o doce piezas variadas, se tapaban con una servilleta y hala, a casa de la fulanita o la menganita, a decir: que de parte de mi madre aquí le traigo unas bollas para que las prueben, era como un disco rallado. Entonces la fulanita te daba las gracias y unas pesetillas de propina. A mí me daba mucha vergüenza ir a las casas, pero no me quedaba otra porque le tocaba impepinablemente a la más chica de la casa, así que mi hermana se salvaba.

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