30 de noviembre de 2006

Llegó diciembre con su alegría...

Me acuerdo cuando vivía en la finca de mi abuelo Manuel. Nos reuníamos todas las muchachas de la vereda. Dejábamos que los muchachos se acercaran. No me dirán que no era un buen pretexto en aquellos tiempos. Todo listo el 16 de diciembre para cantar en las novenas.

Les cuento que yo no soy creyente, pero mis padres si lo eran y yo también en aquel entonces -la religión yo no la escogí- pero también les cuento que recuerdo con mucho cariño aquellas fechas por lo que social y familiarmente significaban. Eran días para sacar la alegría del cuerpo, para hacer comitivas alrededor de un fogón de leña, una enorme olla y un gran mecedor de palo para menear la natilla, mientras que otras y hasta ellos hacían los buñuelos.

Terminada la tarea se colocaba la natilla en platos con sus respectivos bueñuelos, se tapaban con un servilleta de algodón. ¡A comer! y que no faltase ese ¡Vaya mija llévele este platico a misía Carmen!

Porque además de colectivizarse el divertido trabajo se compartía con las vecinas los sabrosos resultados.

Los juegos con apuestas por cosas sencillas también eran variados: que si dar y no recibir o pajita en boca, que si a estatua o beso rabado.

Pero amigas y amigos, no es que no quiera que los tiempos cambien, pero que sean para avanzar en el binestar, no para hacernos esclavos del consumo, es decir, mucho trabajar para comprar y comprar y no disfutar.

Y recordando que en esta sección me piden que recomiende, pues si, si que voy a aprovechar para recomendarles no que regresen a la piedad sino que recuperen el espíritu de colectividad, de alegría y solidaridad. ¿Por qué no piden a sus abuelas y abuelos o a sus padres que les eneseñen aquellos juegos perdidos. Les juro que no necesitan comprar nada para divertirse con ellos.

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